Lo que a hierro mata, a
hierro muere.
La gran variedad de canciones se
puede relacionar a la gran cantidad de bebidas alcohólicas. Por un lado hay
canciones del estilo ranchero, folk, blues, rock, clásica, trova, pop, balada,
bolero, tango, etc… Por otro lado está el tequila, el vodka, la cerveza, el
vino, el licor, el whisky, el brandy, el mezcal, etc… y en ambos el resultado
final, la canción o el trago, depende de muchos factores: la forma de
elaboración, los ingredientes, las palabras elegidas, el ritmo, el aroma, la
consistencia, la melodía, el tiempo en que se preparó, la combinación, etc. Si
el resultado final depende de tantos factores y hay tantas variedades, ¿Cómo
saber si esta frente a un buen vino, o si se está frente a una buena canción?
Una posible respuesta se puede hallar en los textos críticos de apreciaciones o
valoraciones estéticas, otra posible respuesta pueda venir desde el propio
gusto como una vieja amiga que opinaba que el mejor trago es el que le gusta a
uno; en este texto propongo una aproximación a la conjugación de estas dos
propuestas desde una perspectiva particular de la canción ¿Por qué gustan más
las que hablan del desamor, o de la tristeza, o del dolor, o de la rabia? La
respuesta se haya en la unión de tres ideas: el gusto, la catarsis y lo
sublime.
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